Fernando Mejía Fernández
Ingeniero civil, docente pensionado de la Universidad Nacional sede Manizales y cocreador del SIMAC
En 1849, un grupo de colonos antioqueños fundó Manizales en lo más alto de la Cordillera Central. En aquel entonces, apenas 25 manzanas circundaban la Plaza de Bolívar, marcando el inicio de una historia que se desenvolvería en una geografía escarpada.
Sin embargo, fue entre 1950 y 1970 que Manizales experimentó un crecimiento económico notorio. La población urbana aumentó, pero lamentablemente, la planificación territorial no se mantuvo al ritmo. Las laderas perimetrales vieron asentamientos irregulares, generando un escenario de riesgo, especialmente deslizamientos, en una ciudad caracterizada por sus pendientes.
Fernando Mejía Fernández, ingeniero civil, señaló que la ciudad, inicialmente establecida en una montaña, se extendió caóticamente por las laderas, sin un manejo adecuado. Las fuertes pendientes, las prácticas constructivas sin supervisión y la gestión inadecuada del agua contribuyeron a la inestabilidad de estas laderas.
Un ejemplo de estas prácticas fue la pavimentación en las zonas altas para expandir la ciudad hacia el oriente (hoy la actual Avenida Santander), incrementando los procesos erosivos al potenciar la energía de las aguas.
La urbanización en un territorio limitado, también llevó al desarrollo de tecnologías como los rellenos de cauces, inicialmente construidos de forma empírica y que ahora impactan la infraestructura urbana. Un estudio de 2012, en colaboración con la Universidad Nacional sede Manizales, indicó que el primer relleno hidráulico del municipio se realizó en el centro en 1922, y que el 22% de la ciudad está urbanizado sobre rellenos de cenizas en cauces.